Respuestas sofisticadas
Al situarme frente al hombre, no pude evitar dirigirme a él directamente: “¿Quién eres y por qué visitas la tumba de mi marido?” Mi voz temblaba, el aire se llenó de mi urgencia. Sus ojos se abrieron ligeramente ante mi pregunta directa, pero permaneció en silencio. Me mantuve firme y me negué a dejar pasar este momento. Había llegado el momento de averiguar por qué volvía cada semana.

Exigiendo respuestas
Un público inesperado
La gente de los alrededores se detuvo y nos miró fijamente, obviamente fascinada por la insólita escena que se desarrollaba ante ellos. El hombre parecía no saber qué decir: sus ojos vagaban nerviosos hacia los espectadores, que nos observaban con una mezcla de curiosidad y confusión. El ambiente estaba cargado y todo parecía irreal, casi como si fuéramos los protagonistas de una película muda. Pero me negué a distraerme y centré toda mi atención en él. Quería que hablara por fin, que rompiera la agonizante incertidumbre que me había mantenido cautiva durante tanto tiempo.

Un público inesperado